El ciclo inagotable de la vida, es una transformación
constante. Esa misma transformación subyace en todos los aspectos que contiene.
Desde el psicológico y emocional, al material y metafísico.
La muerte es una constante de la vida. Nada permanece igual.
Hoy no es igual que ayer, y mañana también será distinto.
Cada momento comporta una muerte implícita, y un renacer de
algo nuevo.
El ritmo acelerado de nuestra vida actual, comporta morir y
renacer a cada instante. Es un trabajo constante de dejar ir y de recibir lo
nuevo.
Como no tenemos este hábito, ya que no solamente no nos
educan en la materia sino que nos ‘des-educan’, a menudo nos resulta difícil y doloroso.
Pero en los tiempos que corren, lo que ayer era válido, hoy
deja de serlo. Nada se sostiene demasiado tiempo. Nada excepto nuestra
verdadera esencia.
Por eso es tan importante mantener la conexión con nuestra
espiritualidad. Precisamente para ser capaces de comprender e integrar ese
constante morir y renacer. Porqué en el plano del espíritu, esto se comprende
muy bien,
En otros planos más densos, el dejar ir viejos patrones,
pensamientos, ideas, emociones, actitudes, esquemas educativos y culturales
impregnados secularmente en nuestro ADN es un ejercicio constante de muerte y
renacimiento. Mueren partes de nuestro ego, códigos obsoletos, para renacer
nuevas semillas que nos van transformando.
No se trata de nadar con esfuerzo, sino de dejarse fluir en
el río de la vida, pero manteniendo el timón que dirige nuestra esencia, que no
nuestro ego, hacia el objetivo marcado de crecimiento y evolución. Y esto es lo
más difícil. Es un aprendizaje constante que requiere nuestra atención plena, nuestra
observación y nuestra ecuanimidad. Sólo así avanzamos y fluimos sin estancarnos
o quedarnos atrapados en las corrientes de ese río que es la vida.
En ese fluir, un pensamiento-emoción que ayer existía, hoy puede
morir pero porqué se transforma en algo distinto. Quizás en un aprendizaje, en
una aceptación, en una onda vibratoria que ya no necesitamos, en la sanación de
algo doloroso.. es una frecuencia que hoy ya suena distorsionada dentro de
nuestro nuevo diapasón...
Nuestra alma, nuestra esencia, nos pide alinearnos con las
nuevas vibraciones que están llegando a la Tierra, afinarnos con la nueva
tonada que suena desde el Sol central, nos pide que dejemos ‘morir’ aquella
parte de nosotros que ya no vibra en consonancia. Como un ave fénix en constante
muerte y renacimiento.
Esas ‘muertes’ son en realidad, transformaciones, como muere
la oruga durante la metamorfosis para convertirse en mariposa.
El mismo ciclo cósmico es una constante transformación. Nuestra
galaxia y nosotros con ella viajamos a través del espacio a velocidades
inimaginables sin ni siquiera saberlo. Nada en el universo es estático e
inmutable. Nada permanece inmóvil. Y todo lo que se mueve, cambia. Y todo lo
que cambia, muere para transformarse, para renacer. Igual que cuando una
estrella explota y se convierte en una fantástica Supernova, con más brillo y
más luz del que tenía antes.
Cuando hablamos de infinitud, hablamos precisamente de eso.
De que no existe el final, solo la transformación y el cambio.
Aceptar esas pequeñas muertes diarias es un ejercicio
saludable para aceptar muertes mayores, cambios mayores.
Porqué la muerte no existe como la concebimos. Toda muerte
en cualquier aspecto es una transformación, es un cambio de estado, un cambio
de vibración.
Permitamos morir en nuestro interior aquello que debe ser
transformado para renacer en algo mucho más bello, más evolutivo, más armónico,
más resonante con la nueva música que el cosmos entero está entonando ahora.
Permitamos que este ciclo maravilloso de la vida transforme
cada día nuestro ser.
Sabiendo como sabemos que todos somos Uno, y que nuestras
conciencias están unidas a la conciencia de Gaia, permitamos que el cambio y la
transformación se dé en nuestro interior para que pueda reflejarse también en
ella.
Esther Beltrán, nacida bajo el signo de Escorpio.
22 Mayo 2012
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